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DATOS

Casi un tercio de la población española vivirá concentrada en Madrid y Barcelona dentro de 15 años

Mapa demográfico. Pablo J. Álvarez

Belén Remacha / Ana Ordaz

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La brecha entre la población rural y urbana seguirá ensanchándose paulatinamente las próximas décadas en España. En 2018 el 80% de la población española vivía en ciudades, según el Banco Mundial, y en 2050 será ya el 88%, según las proyecciones de la División de Población de las Naciones Unidas (ONU). Antes, en 2035, la previsión es que casi un tercio, el 28% de españoles, viva repartido entre Madrid y Barcelona. Será un 33% si se le suman las tres siguientes urbes más grandes, Valencia, Sevilla y Zaragoza, –contando las coronas metropolitanas–.

España tendrá en 2033 más de 49 millones de habitantes, 2,4 millones más que en 2019, según el INE, si se mantienen las tendencias de fecundidad, mortalidad y migraciones. En el censo actual (46,6 millones) las áreas metropolitanas de Madrid y Barcelona suman casi 11 millones (menos de un cuarto de la población española). “La tendencia general y estructural del planeta es un proceso continuo de urbanización”, señala Joaquín Recaño, investigador del Centre d'Estudis Demogràfics (CED). Precisamente, destaca que las hipótesis de la ONU –“fiables y elaboradas con la metodología correcta”–se basan en variables y tendencias globales“.

“En 1950 solo una ciudad, Nueva York, estaba por encima de los 10 millones de habitantes. Ahora en todo el mundo hay 20”, explica Diego Ramiro, investigador del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). “Es un proceso que se aceleró a lo largo del tiempo y que ahora donde más se observa es en Asia y África, donde el 40-50% de la población vive en ciudades. En Europa y América del Norte ese porcentaje ronda el 80%”, continúa.


Avance de la despoblación rural en España

Evolución anual del número de habitantes de las grandes aglomeraciones urbanas, del resto de áreas urbanas y de las áreas rurales en España

Fuente: ONU

Recaño aclara que es previsible que el movimiento de pueblos a ciudades en Europa no cese, pero se ralentice las próximas décadas, por la sencilla razón de que “cada vez quedarán menos personas para irse. Los últimos años ha bajado ligeramente el ritmo respecto a décadas pasadas porque cada vez hay, en concreto, menos jóvenes, que son los que se van de las zonas rurales”.

¿Qué es urbano? ¿Qué es rural?

Lo que apunta este experto del CED es que hay que definir qué es “urbano” y qué es “rural”. Según las variables demográficas y la propia ONU, es ciudad un municipio por encima de 10.000 habitantes, pero para él lo que marca el medio rural es “el aislamiento”: “Si un municipio está a menos de media hora de una gran urbe, aunque tenga 1.000 habitantes, no está aislado. Qué es urbano o rural no se define exactamente por cuánta gente vive en un sitio, sino por la distancia al lugar donde están los servicios”.



Recaño califica por ello la población rural de “heterogénea” y, en su trabajo diferencia tres grupos entre los espacios rurales españoles: los de 'resiliencia demográfica', de mayor tamaño y que resisten estables; 'de emigración', con una media de solo 175 habitantes y con un 80% de los nacidos ahí residiendo en otros lugares; y los 'en riesgo de despoblación irreversible', con 110 habitantes de media, la mayoría por encima de los 65 años.

Las proyecciones que maneja la ONU se hacen sobre las ciudades más pobladas; es decir, las que superan los 300.000 habitantes. Ahora mismo son 14. Pero la previsión para la segunda más grande, Barcelona, es casi siete veces más grande que la tercera, Valencia.  El área metropolitana de Barcelona es una entidad más o menos reconocida, mientras que la de Madrid es un concepto menos definido. El Atlas de la Comunidad de Madrid en el siglo XXI incorpora el término “corona metropolitana”, en el que incluye hasta 24 municipios, algunos situados a más de 40 kilómetros de la ciudad, como Alcalá de Henares (que acumula actualmente casi 200.000 habitantes).

Riesgo o no de colapso

¿Existe un riesgo de colapso en algún momento tanto de Madrid como de la capital catalana? “No”, responde Recaño. “Porque las ciudades en España también envejecen y tienen un problema de reproducción y fecundidad. Si en el Sudeste Asiático, en África o en Latinoamérica se siguen formando megalópolis es porque ahí la fecundidad es alta y aún hay potenciales migrantes del mundo rural. No pasa en Europa. En todo caso, estas zonas vivieron el verdadero incremento con la migración internacional del primer decenio del siglo XXI”.

“Pero sí ocurrirá en España que habrá que redefinir las ciudades, los límites se ampliarán aun más y cada vez estarán más difusos. Madrid, en la práctica, ya abarca parte de Guadalajara, de Toledo, de Ávila y de Segovia”, continúa. Diego Ramiro comparte el análisis y cree que en las dos grandes ciudades la clave será cómo se desarrolle el sistema de transporte, tanto dentro de la corona metropolitana como el que lo conecte otras localidades.

Ramiro pone el foco en cómo afectará el proceso a las ciudades intermedias. El riesgo es que el área de influencia de las grandes urbes se amplíe cada vez más, generando “por un lado, que cada vez más núcleos urbanos cercanos se conviertan en ciudades-dormitorio; y por otro, que aquellas ciudades medianas que no estén suficientemente cerca de las grandes pierdan población”.

En 2019 y según el CSIC, el 50% de los municipios españoles están por debajo de los 500 habitantes. “Al final es una cuestión política”, lamenta Ramiro. “La inversión se va a hacer siempre donde tengas mayores beneficios, donde llegues a más población con menos coste. Es decir, en las urbes y no en esos municipios. Esto se aplica tanto a las oportunidades económicas y a los servicios mínimos como a la conservación del patrimonio material”.

“Estamos ante estructuras condenadas”

En todo caso, aunque cada vez se hable más de despoblación y urbanización, Ramiro recuerda que España comenzó a vaciarse a finales del siglo XIX y principios del XX, con el pico en los años 50: “Fue entre los 30 años que van de 1900 a 1930 cuando Madrid pasó del medio millón de habitantes al millón; es decir, dobló su población.

Con el desarrollo industrial el mapa se acentúa en los cuatro polos: Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao“. Pero es un fenómeno que también ha ido fluctuando, apunta Joaquín Recaño: ”El Pirineo catalán y el aragonés se despoblaron en la segunda mitad del siglo XIX pero ahora no están en una mala situación, se repobló con ocio, deportes de invierno, actividades de verano que alimentan el turismo… elementos que además atraen a lo que se necesita para repoblar: jóvenes. Pero su situación paisajística y geográfica no es la de la meseta, claro“.

Entonces, ¿es una tendencia irreversible? Ramiro contesta con más preguntas: “La gente tiene que pensar: ¿me gustaría vivir en el pueblo de mi familia? ¿hay ahí incentivos? ¿o me interesa más pasar los fines de semana? Al final muchos municipios están sobreviviendo por la población flotante, es decir, por turistas o personas que acuden en tiempo vacacional. Y están compitiendo constantemente con la oferta de las ciudades, que en esos periodos también se amplía. Lo que nos queda es exigir la garantía de servicios mínimos, aun sabiendo que por propia definición no van a ser los mismos de las grandes urbes”.

“Los milagros no existen”, dice Recaño. “Hay lugares o entornos rurales donde se ha conseguido frenar la despoblación, pero no se puede convertir la anécdota en categoría. Hay zonas con medias de edad superiores a los 60 años que a día de hoy están condenadas y el único freno puede ser la inmigración. Un joven no surge de la nada. Si el envejecimiento de una zona es muy elevado, un joven o viene con la inmigración o no lo tienes”. 

“Estamos ante estructuras condenadas tanto por la pérdida biológica como por no atraer población. Porque tampoco se consigue nada si a un municipio llega una familia de 3 ó 4 personas –aunque sobre el papel eso suponga un crecimiento del 20% para un pueblo de 20 habitantes– si esa familia inmigrante al cabo de los años se va por el mismo motivo por el que se han ido los jóvenes autóctonos antes. Por el aislamiento, porque no hay trabajo, ni servicios, ni oportunidades económicas. O si los hijos se van a la universidad y no regresan. Lo que hay que crear es estímulos para que los pocos que llegan, se queden”, concluye.

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